Roma eterna by Marcos López Herrador

Roma eterna by Marcos López Herrador

autor:Marcos López Herrador [López Herrador, Marcos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2021-06-15T00:00:00+00:00


CAPÍTULO XXII

PARTE OCCIDENTAL DEL IMPERIO

Valentiniano II y Justina

Milán

A medio camino entre los Alpes y los Apeninos, en plena llanura padana, se encuentra Mediolanum, Milán, una de las ciudades con residencia imperial junto a Tréveris, Sirmio y Constantinopla. La ciudad, de origen celta, era capital del Imperio occidental desde la época de Diocleciano. Conservaba su planta circular propia de las ciudades celtas, pero su desarrollo urbano se producía en torno a dos avenidas perpendiculares, en cuya intersección se encontraba el gran foro, como era típico en el planteamiento urbano de las ciudades romanizadas. Allí se alzaba un espléndido templo dedicado a Juno Moneta. Al oeste, entre el foro y el hipódromo, estaba ubicado el palacio imperial.

Justina, la esposa viuda de Valentiniano I, habitaba en él en compañía de sus hijos: Valentiniano II, de cinco años, Gala, Justa y Grata, con edades inferiores. Atrás había quedado el peligroso momento en el que el general Flavio Merobaudes, un año antes, al conocer la muerte de Valentiniano I, no había dudado en tomar al pequeño Valentiniano, con cuatro años, y presentarlo al ejército en Sirmio para que fuese aclamado como augusto y sucesor. Al principio, Justina temió la reacción tanto de su hijastro Graciano, que hacía ocho años había sido designado como sucesor, al ser elevado al rango de augusto, como de Valente, hermano del emperador fallecido y soberano de Oriente. Pero nada ocurrió; Valente no se sintió afectado por el hecho de que en Occidente hubiese dos emperadores, ambos sobrinos suyos, y en el fondo no le pareció mal el nombramiento de Valentiniano II, sometido a la influencia de su madre arriana, como Valente mismo.

Por su parte, con Graciano la cuestión se solucionó mediante una división nominal de Occidente en dos zonas de gobierno, pero, dado que él asumía la tutela de su hermanastro, el verdadero poder efectivo quedaba en sus manos.

Al final, quienes quedaban contentos fueron los altos funcionarios y mandos militares, que deseaban disponer de otra corte en la que medrar. A tan sorprendente solución pacífica se pudo llegar gracias a que, en el fondo, a pesar de que Valentiniano I había repudiado a Marina Severa, madre de Graciano, para casarse con Justina, en realidad lo que se produjo en la intimidad de la corte fue una situación de verdadera bigamia encubierta. Fue la propia Severa la que llamó la atención de su marido sobre los encantos y la belleza de la joven Justina, a la que contempló desnuda en el baño, contribuyendo con sus comentarios a que, el ya maduro Valentiniano, se prendara de aquella jovencita y la quisiera hacer su esposa. Justina siempre se portó amorosamente con Graciano, y este le profesaba un verdadero afecto filial, que fue determinante a la hora de encontrar un arreglo satisfactorio, tras la proclamación del pequeño Valentiniano, al que también profesaba un tierno amor fraternal, al igual que a sus hermanastras, Gala, Justa y Grata.

—El general Flavio Merobaudes, sacra maiestas —anunció una de las esclavas.

Justina, la emperatriz viuda, acababa de ser vestida y



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